FERMINA
Esta es la historia de una gata muy especial. ¿Real? ¿Cuento? ¿Historia fantástica? Da igual, lo importante es el contenido.
La protagonista de esta historia nació hace muchos años, unos veinte mas o menos, en una casa de campo, rodeada de monte, olivares y almendros. Era un seis de Julio y justo retransmitían por le tele el clásico chupinazo de Pamplona, nacía ella, una pequeñísima tricolor, la más pequeña de seis hermanos. Como no, haciendo gala del sentido de la oportunidad fué bautizada como Fermina. Su madre no la quiso amamantar, no se sabe porqué, pero no lo quiso hacer. Tal vez intuía que era más débil y que se debía a sus otros cinco hijos. El caso es que fué criada a biberón por la hija de la dueña de la casa. Milagrosamente y a base de muchos esfuerzos y desvelos Fermina, contra todo pronóstico vivió. Se convirtió en una jovencita inquieta y curiosa, inseparable de la persona que la crió. Jugaba con sus hermanitos, incluso con su madre, pero prefería la compañía humana. Pronto se aficionó a salir al campo a la par de los perros. A buscar espárragos, a cazar saltamontes, trepar por los árboles, el caso es que su cuerpecillo estaba siempre impregnado del olor a tomillo e hinojo silvestres. Dormía cada noche en la cama de su dueña, dejando ese aroma a campo tan natural y sano. Pasaron los años, ocho, y Fermina se iba aficionando a salir de excursión, cada vez iba espaciando más y más el regreso a su casa. Pasaba una semana, y volvia, a los pocos meses se ausentaba dos semanas y volvía. Hasta que un día, no volvió. Al menos no se dejaba ver durante el dia. Pero si por las noches que regresaba siempre a la cama de su dueña. Esta sentía en la oscuridad como entraba por la ventana, subía a la cama, sus pasitos cuidadosos y la notaba acostada como siempre en el hueco de detrás de sus piernas. Asi mismo notaba la fragancia que emanaba su cuerpo, tomillo e hinojo, como siempre. Al despertar Fermina ya no estaba. Es madrugadora e incansable, se decia su dueña, ya volverá. Pero como durante el dia no se dejaba ver, su dueña salía a diario con los perros a buscarla. "Fermina, Ferminaaaaaa" Gritaba a diario por el campo. Nadie aparecía trotando alegre por entre las esparragueras. Bueno ya volverá. A la noche, como siempre volvía. El ritual de siempre, golpe en la ventana, salto a la cama, pasitos, fragancia a hierba, y acurrucarse entre las piernas. A la mañana siguiente lo mismo, Fermina no estaba y vuelta a buscarla a voz en grito.
Hasta que un dia, se acerca un vecino y le dice a la dueña, "Mira, te lo tengo que decir ya, porque me da mucha pena verte a diario salir a buscar a tu gata. Mis perros la han matado. " ¿Pero cuando ha sido eso? Dice la dueña espantada, porque anoche mismo durmió conmigo, como siempre. "Pues debe de haber sido entonces otro gato parecido al tuyo , dice el vecino, porque de esto hace ya casi dos semanas" Mira, te lo voy a enseñar. Y la llevó hasta el pie de un acebuche que habia por los alrededores, y allí estaba el inconfundible cuerpecito de Fermina. Era ella a la que habían matado los perros del vecino. No se sabe que sentimiento embargaba mas a su dueña, si la pena o el estupor. Pena por la muerte de su gata, y estupor al sentirla cada noche volver a la cama. Fermina fué enterrada debajo de un rosal, que cada año crece mas bonito y da las rosas más fragantes y aterciopeladas que jamás hayais visto ni olido. A partir de entonces, no hubo mas golpes en la ventana, ni mas saltos en la cama ni mas acurrucamientos entre las corvas. Eso si, de vez en cuando... Se deja sentir un leve aroma a tomillo e hinojo bastante agradable y reconfortante. Hasta siempre Fermina.
Esta es la historia de una gata muy especial. ¿Real? ¿Cuento? ¿Historia fantástica? Da igual, lo importante es el contenido.
La protagonista de esta historia nació hace muchos años, unos veinte mas o menos, en una casa de campo, rodeada de monte, olivares y almendros. Era un seis de Julio y justo retransmitían por le tele el clásico chupinazo de Pamplona, nacía ella, una pequeñísima tricolor, la más pequeña de seis hermanos. Como no, haciendo gala del sentido de la oportunidad fué bautizada como Fermina. Su madre no la quiso amamantar, no se sabe porqué, pero no lo quiso hacer. Tal vez intuía que era más débil y que se debía a sus otros cinco hijos. El caso es que fué criada a biberón por la hija de la dueña de la casa. Milagrosamente y a base de muchos esfuerzos y desvelos Fermina, contra todo pronóstico vivió. Se convirtió en una jovencita inquieta y curiosa, inseparable de la persona que la crió. Jugaba con sus hermanitos, incluso con su madre, pero prefería la compañía humana. Pronto se aficionó a salir al campo a la par de los perros. A buscar espárragos, a cazar saltamontes, trepar por los árboles, el caso es que su cuerpecillo estaba siempre impregnado del olor a tomillo e hinojo silvestres. Dormía cada noche en la cama de su dueña, dejando ese aroma a campo tan natural y sano. Pasaron los años, ocho, y Fermina se iba aficionando a salir de excursión, cada vez iba espaciando más y más el regreso a su casa. Pasaba una semana, y volvia, a los pocos meses se ausentaba dos semanas y volvía. Hasta que un día, no volvió. Al menos no se dejaba ver durante el dia. Pero si por las noches que regresaba siempre a la cama de su dueña. Esta sentía en la oscuridad como entraba por la ventana, subía a la cama, sus pasitos cuidadosos y la notaba acostada como siempre en el hueco de detrás de sus piernas. Asi mismo notaba la fragancia que emanaba su cuerpo, tomillo e hinojo, como siempre. Al despertar Fermina ya no estaba. Es madrugadora e incansable, se decia su dueña, ya volverá. Pero como durante el dia no se dejaba ver, su dueña salía a diario con los perros a buscarla. "Fermina, Ferminaaaaaa" Gritaba a diario por el campo. Nadie aparecía trotando alegre por entre las esparragueras. Bueno ya volverá. A la noche, como siempre volvía. El ritual de siempre, golpe en la ventana, salto a la cama, pasitos, fragancia a hierba, y acurrucarse entre las piernas. A la mañana siguiente lo mismo, Fermina no estaba y vuelta a buscarla a voz en grito.
Hasta que un dia, se acerca un vecino y le dice a la dueña, "Mira, te lo tengo que decir ya, porque me da mucha pena verte a diario salir a buscar a tu gata. Mis perros la han matado. " ¿Pero cuando ha sido eso? Dice la dueña espantada, porque anoche mismo durmió conmigo, como siempre. "Pues debe de haber sido entonces otro gato parecido al tuyo , dice el vecino, porque de esto hace ya casi dos semanas" Mira, te lo voy a enseñar. Y la llevó hasta el pie de un acebuche que habia por los alrededores, y allí estaba el inconfundible cuerpecito de Fermina. Era ella a la que habían matado los perros del vecino. No se sabe que sentimiento embargaba mas a su dueña, si la pena o el estupor. Pena por la muerte de su gata, y estupor al sentirla cada noche volver a la cama. Fermina fué enterrada debajo de un rosal, que cada año crece mas bonito y da las rosas más fragantes y aterciopeladas que jamás hayais visto ni olido. A partir de entonces, no hubo mas golpes en la ventana, ni mas saltos en la cama ni mas acurrucamientos entre las corvas. Eso si, de vez en cuando... Se deja sentir un leve aroma a tomillo e hinojo bastante agradable y reconfortante. Hasta siempre Fermina.